Prefiero los libros viejos aunque no antiguos. Me atraen
gastados y manoseados, los libros con espíritu, con olor a tinta seca y papel
tostado. Los libros nuevos me parecen fríos, demasiado perfectos y solitarios.
Este personal dilema me ha acompañado siempre y las causas
de tal obsesión no he logrado identificarlas. Lo que sí puedo contar son mis
casi psicóticas anécdotas sobre libros viejos y libros nuevos.
Mis años de estudiante en el Instituto Preuniversitario
Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) “Ernesto Guevara” de Santa Clara fueron
los momentos de mayor esplendor de la majadería en cuestión. Allí, en el famoso
grupo 6 de la unidad 2 (quienes pertenecieron sabrán cuál fama y a los que no,
les digo que la trascendencia vino por ser los mejores y los peores), esperaba
con paciencia a que los libros hicieran la ronda por los cerca de 30 colegas
lectores.